Por Luis Eduardo Lamus
Antonio Gramsci es uno de
los intelectuales orgánicos más valorado dentro de la historia del pensamiento
y la praxis marxista, nacido en la isla de Cerdeña, Italia el 22 de enero 1871,
trasegó una vida rica en altibajos, dirigente revolucionario del llamado Bienio
Rojo (1919-1920), la expresión italiana más avanzada de los consejos obreros
como versión especifica de los soviet campesinos y proletarios de la Rusia
inmersa en el devenir del Octubre Rojo, secretario del partido comunista
italiano, representante del PC italiano en el ejecutivo de la Internacional
Comunista, parlamentario y preso político del régimen fascista, condición esta
última que no le impidió redactar su más excelsa obra “Los Cuernos de la
Cárcel”, Gramsci, fallece el 27 de abril de 1937.
Fuente: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Gramsci_foto_segnaletica.jpg
Sobre la base de esta somera
descripción biográfica de A. Gramsci, que a manera de introducción busca
incitar la curiosidad reflexiva en torno a la imperiosa necesidad de la
organización social y política, el objetivo de este apartado es referenciar
algunas sugestivas propuestas del pensamiento gramsciano que se consideran
útiles para activar el accionar conjunto de los y las subalternos a través del
ejercicio del liderazgo democrático y organizativo.
En este ejercicio reflexivo
abordaremos ciertos ámbitos temáticos que están puestos de presente en los
Cuadernos 1 2 y 3, que anuncian y prefiguran su posterior desarrollo en los 29
Cuadernos restantes.
Siguiendo el abordaje que sobre estos
cuadernos (1, 2 y 3) ha hecho el maestro mexicano Lucio Oliver, me permitiré
referenciar algunas nociones que me parecen centrales para una lectura
introductoria de los principales postulados gramscianos.
En ese sentido, comenzaremos
caracterizando algunos elementos nodales identificados en el Cuaderno 1, en
particular en las notas que van de la 43 a la 48, en estas, se establece una
agrupación temática y problemática articulada y muchos subtemas destacados.
Dicha problemática gira en torno al
postulado de una “nueva conciencia crítica hecha cuerpo en una voluntad
colectiva” y ello lleva a Gramsci a reflexionar sobre la necesidad de valorar
ampliamente la lucha en el terreno de la cultura y la ideología y por
consiguiente, de la construcción de capacidades políticas que están mediadas
por los intelectuales.
En este punto es fundamental,
referenciar la critica que Gramsci hiciese a la tendencia al iluminismo en la
intelectualidad, dado que la construcción de capacidades políticas pasa por el
reconocimiento de conciencia crítica en las masas populares, es decir,
considerar como lo hace el iluminismo, que los niveles de conciencia pasan por
los tradicionales mecanismos intelectuales, es un error.
“Todos los seres humanos son
filósofos”, máxima gramsciana, que a su vez enuncia que “todos los hombres son
intelectuales” aunque no todos los hombres tengan en la sociedad la función de
intelectuales, Gramsci atribuye a ellos una función fundamental, que es la formación
de la conciencia, en la construcción y diseminación de la ideología y en la
organización política de una clase. En su visión, “cada clase crea consigo
misma orgánicamente, uno o más estratos de intelectuales que le dan
homogeneidad y conciencia de su propia función no solo en el campo económico
sino también en el campo social y político”. (Gramsci, 1971: 5)
Estos son los intelectuales orgánicos
que ejercen una función organizacional en el sentido amplio, sea en el campo de
la producción, en el de la cultura, o en el de la administración pública. Para
que una clase asegure su hegemonía, necesita de la creación de intelectuales
que elaboren, modifiquen y diseminen la concepción del mundo de la clase
dominante.
Es precisamente esta consideración la
que lleva a Gramsci a señalar que la formación de los intelectuales orgánicos
se da en una relación dialéctica con las masas, es decir, estos no traen a las
masas una concepción ideológica de fuera, sino que “la dialéctica entre las
masas y los intelectuales implica que estos últimos no imponen una teoría
externamente construida, sino que hacen crítica y renuevan una actividad que ya
está presente en las masas mismas” (Larrain, 2008: 118).
Al acoger la tarea de analizar el
movimiento del Risorgimento (independencia y unificación italiana) Gramsci lo
establece como un laboratorio que permita extraer enseñanzas. Y en esta tarea,
de preguntarse por la voluntad colectiva y su formación, examina la vida de las
masas populares, los problemas o circunstancias (ideológicas, culturales,
económicas, etc.) que las moldean.
Lo anterior nos hace una exigencia, en
el sentido de vincular al examen de los factores que forman la masa, el
vincular el examen de las fuerzas socio-espaciales, productivas, político e
ideológicas. Lo que de suyo conlleva atender a la diversidad, con miras a
forjar una conciencia unitaria, “una cierta homogeneidad” no iluminista, que no
desconozca la diversidad. La elaboración de una conciencia unitaria, una nueva
voluntad en un país diverso en lo histórico, lo productivo, lo regional, lo
espacial, etc.
Un alejamiento profundo con lo
postulado en la III Internacional, que enarbolaba “El Partido de Vanguardia”.
Gramsci al acometer este ejercicio de establecer las fuerzas motrices que
podrían empujar a Italia a una nueva situación, plantea que las fuerzas urbanas
tienen la tendencia a dirigir, sin embargo los obreros del norte han comprado
una ideología vanguardista que frenan las transformaciones al no comprender las
dinámicas del sur.
Llegados a este punto, Gramsci plantea
la cuestión de la Hegemonía Política (HP), en particular en las notas (44, 45,
46, 47 y 48) y la complejiza al avanzar en la caracterización de la Hegemonía
Ideológica y de la Hegemonía de la Sociedad Civil (HC).
La lucha de Lenin por debilitar la
tendencia obrerista al interior del partido, posiciona un pensamiento que
estaba presente ya en Marx, la Hegemonía Política que tenía, para el caso de
Lenin un cariz más amplio. Gramsci la recoge en contravía a lo postulado por la
III Internacional, que establecía que la HP, se debe dar después de la toma del
poder, para Gramsci las clases trabajadoras pueden y deben tener HP antes de
conquistar el gobierno.
Es decir, debe disputarse la ideología
política, la dirección en el terreno del capitalismo, combinando la guerra de
posiciones y la guerra de movimientos. Esta polémica con la III Internacional,
plantea la disputa del consenso al Estado (en lo ideológico, en lo político).
Dicho elemento está presente en las
tesis de abril, cuando Lenin señala la cuestión del doble poder, donde los
trabajadores son minoritarios y por ende hay que disputar su preminencia. El
Estado Ampliado está en nuche
El asunto no es solo lograr la HP sino
también mantenerla (Negri) para mantener el poder, factor que desdeño Stalin al
imponer el industrialismo e incluso rompiendo la NEP con el campesinado.
Una ideología orgánica debe ser capaz
de “organizar” a las masas humanas y para eso debe traducirse en orientaciones
específicas para la acción. En esta medida la ideología permea extensamente a
la sociedad porque es fuente de toda acción social. Los seres humanos no pueden
actuar sin ser conscientes, sin tener ciertas orientaciones sociales.
El concepto de ideología de Gramsci se
desarrolla creativamente en relación con la noción de hegemonía que en general
se refiere “a la habilidad de una clase para asegurar la adhesión y el
consentimiento libre de las masas” (Larrain, 2008: 109). Es importante resaltar
que cuando Gramsci se refiere a hegemonía está tiene dos sentidos, (i) como un
dominio que se logra sobre todo mediante un liderazgo intelectual y moral y no
principalmente mediante la fuerza o la violencia, ejemplo de ello el control
burgués sobre la clase obrera y (ii) como capacidad de dirección de la clase
obrera, es decir, a su habilidad para formar alianzas con otras clases no
dominantes. Esta es precisamente la tarea que Gramsci asigna en su momento al
proletariado “extender su influencia sobre otras clases subordinadas”, tarea
política esencial que el proletariado tiene que llevar a cabo para controlar
después el Estado, un grupo en este sentido, puede y en verdad debe ya ejercer
el liderazgo antes de ganar el poder del gobierno”.
Estos elementos están cruzados por el
tema de la autonomía política (programática e ideológica) (notas 44 y 46),
existe por tanto la preocupación por el transformismo por la falta de autonomía
(núcleos dirigentes cooptados) en vías de darle paso a la llamada revolución
pasiva.
En ese sentido, Gramsci introduce la
noción de hegemonía civil (notas 43 – 48) HC, en el parlamento y en la sociedad
civil, que la decir de Oliver “es un nodo de creación teórico articulado” la
clase debe hacer prevalecer su influencia, su concepción y programa, al ser la
SC trinchera del estado.
En los clubes, sindicatos,
instituciones educativas, la HC debe doblegar el desarrollo molecular de la
ideología burguesa, que ha estructurado al espontaneidad de la masa, el “mito
del progreso” y del consumo como espacio de solución de los problemas sociales
(el mercado).
Por tanto, para contrarrestar la H.
Molecular es necesario un programa sistemático que la confronte en el terreno
de la sociedad civil, de la dominación oligárquica, de la influencia del
vaticano.
La HC es entonces ese espacio
organizado alrededor de lo público, es espacio de gran disputa. Gramsci al
discernir sobre lo postulado por los clericales italianos y la diferencia entre
el estado real y el estado legal… plantea la situación de crisis de hegemonía,
una sociedad civil en situación de disgregación caótica sin dirección.
Los cuadernos 2 y 3 ofrecen una
apertura en torno a la diferenciación entre dirigentes y dirigidos, tema
central de lucha radical en el movimiento comunista soviético, por cuanto el
problema de la dirigencia del Estado no es solo de intelectuales, es problema
de las clases, la clase dirigida debe ocupar el espacio de dirección.
La diferencia entre dirigentes y
dirigidos le es estructural al capitalismo, algo sancionado como normal.
Cuestión tan cara a la transición democrática en América Latina, esa idea de
que los dirigidos hicieran parte de los espacios de dirección, es decir
participaran de la democracia se perdió del horizonte, ya que la transición se
vio como un asunto de elites, que pacta instituciones civiles estables.
La democracia como un problema de
elites, que administran los asuntos públicos, este asunto engarza con los
postulados de Michels (cuaderno 2 nota 75).
La espontaneidad y la dirección
consciente no es un problema de calidad sino de grado, la dirección vinculada
con las masas, se plantea como una herejía con la ciencia política actual.
(Notas
14, 48, 42 y 157 DEL CUADERNO 3) clases subalternas capacidad de dirección de
esas mismas clases. Unidad entre lo espontaneo y lo consciente (folclor)
espacio donde las masas se apropian de historia, de la ciencia de una forma
caótica y desorganizada.
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