30 agosto 2018

FEMINISMO Y WAHABISMO

Por Jonathan Andrés Rosas Medina
Politólogo. 

Paso a paso la creyente forma parte de la vorágine humana de la tawaf, en el mes lunar dul-hiyya. Ésta es una circunvalación sagrada en torno a la Kaabá, un enorme edificio enlutado que resguarda un meteorito adorado desde tiempos preislámicos. Desde entonces deja a la ciudad y a sus naturales incluido Mahoma, una nada despreciable suma del peregrino.

Fuente: https://en.wikipedia.org/wiki/Niq%C4%81b#/media/File:EFatima_in_UAE_with_niqab.jpg

La dirección y el destino del hajj de esta sacra peregrinación, que toda musulmana debe realizar al menos una vez en su vida es la Meca, donde realizará el tawaf. Hacia allí gira el mundo espacial de la mujer creyente en el islam, que ora diariamente hacia ese destino idealizado. Son pocas las que pueden costear este turismo religioso prescrito. Menos harán el umrah o peregrinación menor, que es tal por no ser en el mes indicado, aunque muy promovido en el mes del ramadán.

Las que lo realizan en éste último mes conocen bien la importancia no solo del dónde sino del cuándo. Porque es en el ramadán en el que nació el pilar del islam: el Corán, un compendio de versículos o aleyas ordenadas en suras, reveladas en la Meca y Medina al analfabeta Mahoma según el mito. Éstas junto a los hadiches o dichos que se le atribuyen comprenden la Sharía, o ley islámica.



Para hacer el hajj una mujer tunecina debe asumir estar en una realidad alterna a su secular patria. El abismo en derechos entre ella y una saudí, la obliga en la Meca a ceñirse a las estrictas leyes bajo la lectura jurídica wahabita, escuela de interpretación ésta increíblemente estricta en su exegesis de primacía masculina. Lo determinado en las calles es que la mujer deba cubrirse de pies a cabeza, ya sea con un niqab, un burka, o un hiyab con la abaya. 

Lo importante para el caso es que quede claro que su sexualizado cabello, y más aún su cuerpo en pleno no es de su propietaria, sino de su esposo o de su padre, y revelarlo expone no solo su integridad física, sino también los expone a ellos a la vergüenza.

En la aleya 59 de la sura 33, se encubre la apropiación del cuerpo femenino por él o los redactores del Corán, se hace en forma de protección, prescribiéndolo taimadamente:

“¡Profeta! Di a tus esposas e hijas y a las mujeres de los creyentes que se cubran desde arriba con sus vestidos. Esto es lo más adecuado para que se las reconozca y no se las ofenda. Allah es Perdonador, Compasivo.”

El musulmán aprende entonces a no ofender si la mujer está cubierta. Ellas deben demostrar que son musulmanas creyentes, de lo contrario es responsabilidad de ella y de su padre o esposo lo que les ocurra.

Esto último, porque es a estos a los que se les entrega la norma en la aleya. La mujer invisible aún como interpelada, pero visible como propiedad. En el contexto coránico, ellos son los que pagan y reciben la dote, una transacción que objetiviza la mujer. Se deja claro que el administrador se hace responsable de lo administrado. Ahora si no se puede administrar existe la posibilidad del repudio de la esposa, con ello en esa época y en la actualidad para el reino saudí la mujer es condenada a la pobreza y exclusión social.

Ella no puede repudiar al marido. La responsabilidad del respeto al otro queda en la mujer y no en el hombre. La mujer es la que debe cubrirse, la que debe obedecer a su padre o esposo, de ellas depende no solo el ser agredidas sexualmente sino el buen nombre de ellos, como veladores de la sharía.

Tawaf y Silencio

La mujer irrespetada calla entonces, porque si fue agredida es por su culpa, y si revela la falta pone en el ojo publico a sus familiares, a sus cuidadores. Los movimientos #MeToo y #MosqueMeToo dejaron ver éste cesgo, en pleno tawaf. La mujer era vulnerada en medio del rito, cuando en las redes sociales empezaron a exponerse los ultrajes sexuales a éstas llevados a cabo en esa masa deforme en la que se convierte la feligresía, al dar las siete vueltas prescritas entorno a la kaabá. Allí bajo el anonimato y los forcejeos las víctimas optaban por callar frente a los tocamientos abusivos.

Resistencia como sujeto creyente

La sujeción social, aquel pilar de Simone de Beauvoir, en donde la mujer no nace sino llega a serlo. Es para la musulmana y en particular para la saudita un yugo identitario: allá cuando la cultura asigna roles deben asumirlos en un abismo asimétrico de género vigilado por la clerecía wahabita.

Surge la resistencia a esta interpretación de la shariadesde una versión de feminismo de identidad. Las feministas musulmanas formulan sus exigencias de lo que a su juicio dice dicho compilado, riñendo entonces con lo que suponen los ulemas es la lectura correcta. Ellas asumen esta necesidad de construir una versión propia que desemboque en una paridad con los hombres. Una abanderada es Amina Wadud, una estadounidense a la que difícilmente se le ve sin velo, quien en 1994 siguiendo su lucha por la igualdad llegará a dirigir en Sudáfrica un sermón del viernes restringido a los imanes.

Ejemplo desde Sudáfrica, para la musulmana feminista y saudita que resiste día y noche un apartehid de género, cuyo bloque hegemónico no se cansa de ahogar el llamado a la perseguida igualdad.

Las luchas Saudíes

Las luchas en Arabia Saudita son por básicos como poder manejar un automóvil. Incluso para esto tuvieron nueve meses de espera para ver parir lo decretado por el rey Salman Bin Abdelaziz, solo hasta junio de 2018 obtuvieron sus sus carnés de conducir. Mandato precedido por todos los filtros anacrónicos en el mundo musulmán, pero que en la monarquía saudita siguen vigentes, como el consejo de ulemas que funge para velar por el cumplimiento de la sharía, de su versión claro está.


Antes de la primavera árabe, en 1990 las mujeres saudíes se movilizaron buscando poder conducir, pero muchas fueron detenidas. Por esto se adaptaron haciendo una movilización individual pero “masiva” en 2011, dando uso a las redes sociales como youtube, twitter o facebook, la ejecución fue creativa: de forma separada documentaban la proeza del acto ilegal, y para mayor protección en lugar de escafandras, llevaban niqab.

Estas protestas en el el ciberespacio, se presentaron de forma itinerante aunque con mayor cubrimiento de los medios extranjeros, hasta que la monarquía dio el brazo a torcer, incluyendo la exigencia en una serie de reformas “modernizadoras”, en las que ellas ahora podrán ir a espectáculos deportivos, aunque con un acompañante o mahram.

Muchas de las bisabuelas o abuelas, de las mujeres que participaron en las protestas para adquirir estos mínimos, seguramente suspiraban décadas atrás al enterarse que sus congéneres en la Turquía de Atatürk obtenían el derecho al sufragio en 1934, uno de los primeros países del mundo en otorgarlo.

Sí, las bisabuelas, porque las mujeres saudíes pudieron votar solo desde 2015 en las poco relevantes elecciones locales, aunque siguieron necesitando de un acompañante para ir al trabajo, a estudiar, y en algunas zonas del país también requieren de este mahram, para acudir al médico. Seguramente, es difícil conciliar el sueño con la zozobra de un imprevisto en su salud, y no contar con alguien en el momento de la dolencia. Insomnio más acucioso si ella es pobre, dado que le será casi imposible tener una compañía constante en una sociedad cada vez más desigual que exige a todos los miembros de las familias humildes producir.

En esa situación, es muy lejano plantearse el derecho al aborto en casos de violación o malformación fetal, adquirido por las tunecinas y turcas ya hace años, menos aún cuando el mecanismo para obtener este u otro peldaño para avanzar en la igualdad: la protesta, es castigado en la tierra natal del mítico Mahoma con increíble dureza.

Basta señalar, que hoy Israa al Ghomgham está en espera de si se da luz verde o no a su ejecución, con verdugos que parecen inmunes a la critica internacional. Su crimen: participar en las protestas de la primavera árabe en 2011. No tenía pocos argumentos, aparte de ser mujer, era chiíta, minoría religiosa que en este país sunita de la península arábiga sufre de constante discriminación.

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